¿Educación para el empleo?

    Como se ve en mis entradas anteriores, a veces tengo un corazón bastante reactivo. Esto juega malas pasadas en mi contra. Sin embargo, parte de la vida se trata de saber aprovechar las limitaciones para poder andar. Hoy no vengo menos reactivo. Eso sí, procuro que dentro de esa reactividad, jueguen en mí las fuerzas que me hagan pensar de otra manera, entender los puntos de vista contrarios y poder escuchar atentamente. Es un ejercicio de silencio, ascesis y contemplación, tan necesario para todos los seres humanos. 

    La pregunta del título dice hacia dónde quiero ir con esto. Quiero hablar de un término que me parece interesante: utilidad. ¿Qué es útil y qué es inútil? Una sociedad de consumo y producción como la nuestra plantea estos dos términos de un modo particular. Lo vemos en términos de una producción, de poder producir un bien que pueda ser consumido. También tenemos la noción de éxito. Exitoso es quien logra posesionarse de algún modo en un mercado laboral amplio y que logra algún grado de riqueza material. 

    En este orden de ideas, la educación, si sirve a la sociedad, sirve en la medida en que logra enmarcar a los alumnos en un ámbito de empleabilidad. Por mi parte, elegí la carrera que menos empleabilidad tiene: la filosofía. Claramente esto me ha traído problemas. En la carrera poca formación tuve para moverme en el mercado laboral. No hubo prácticas ni nada parecido y todo iba más bien encaminado a enseñarnos a dedicarnos a estudiar la filosofía. Ciertamente no todos podemos ni queremos ser académicos con una cátedra en la universidad. Entonces hubo un vacío. 

    En los últimos tiempos ha habido una controversia en torno a la nueva reforma a la educación en el área de la filosofía, a partir de la última reforma a la ley de educación. No quiero entrar en ese berenjenal, de nuevo, por ascesis y estabilidad mental. Lo que sí quiero plantear es una reflexión en torno a la utilidad pública. 

    Si pensamos que asignaturas en las asignaturas como la filosofía, la historia, la literatura, etc., podemos pensar que, en realidad, no son útiles en el sentido productivo. En efecto, de nada sirven, no tienen un producto material determinado. De hecho, la filosofía es famosa por no dar con respuestas, sino que termina siempre planteando más preguntas. 

    Y es que la filosofía viene a solventar una de las necesidades más humanas: la necesidad de sentido. Desde niños nos hacemos preguntas que llamamos existenciales. Queremos llegar a saber cosas profundas, queremos trascender lo meramente material. En este sentido, una correcta enseñanza de la filosofía podría dar un poco de sentido a muchas cuestiones.

    Por otro lado, uno de los campos de estudio de la filosofía es la lógica. En un tiempo (como decía en una de las entradas anteriores) en el que la argumentación se ve reducida a un hilo de twitter (que muchas veces viene con una intención provocadora o escandalizadora), la lógica viene muy bien para recuperar el valor de los argumentos. El valor del contraste, del espíritu crítico en sentido cabal. 

    También está la ética, que permite entender el valor de la empatía, del otro que podemos ver, tocar, intuir. De la importancia de los sentimientos propios y ajenos. También, la ética nos invita a tocarnos a nosotros mismos para perfeccionarnos. ¿No quiere la educación perfeccionarnos?

    Luego tenemos la filosofía política. Con ella podemos entender diversos sistemas de pensamiento, entender por qué hablamos de democracia, de pluralidad o diversidad. Al mismo tiempo nos muestra diversas opiniones sobre un mismo tema y cómo pueden convivir en el espacio de la discusión sin necesidad del desprestigio o el insulto. Son cuestiones básicas. 

    Si todo lo que digo es cierto (que bien puede que no), la filosofía viene a ser una disciplina muy necesaria para entendernos como seres humanos y entender al otro. Algo que bien puede ayudarnos a nuestro modo de estar en el mundo. No quiero con esto decir que la filosofía viene a salvarnos, porque sería una exageración. Quiero, más bien, resaltar su importancia. 

    Ahora bien, es una importancia que va en otra vía al tema de la empleabilidad y de la productividad. Si nos atenemos a esos dos criterios, la filosofía bien sería prescindible. Pero es que, como seres humanos, somos mucho más que empleabilidad y productividad, y el sistema educativo debería conocer esta realidad tan polisémica del hombre. 

    Decía Oscar Wilde que la belleza es inútil. Es un fin en sí misma. Hay cosas que valen la pena que son un fin en sí misma. No privemos a los estudiantes de tocar estas cuestiones. Pensemos en su futuro, pero no solo en términos del empleo que puedan conseguir, sino en términos de su complejidad como personas humanas. Si no, me temo que caería en el miedo distópico de que la educación forme engranajes de una industria y no grandes agentes humanos. 



Comentarios

  1. Hola, enhorabuena por tu entrada me parece maravillosa. Me encanta tu forma de escribir, expresarte y por supuesto ese cierre...

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