O Pelouro

 



Una casa muy colorida, con mucha luz. Un bosque que parece encantado. Una directora que tiene un sus ojos la carga de la experiencia. Una carga que poco tiene que ver con la miseria, sino más bien con la gratitud y con el amor. Es la carga del servicio, que cansa, pero que saca una sonrisa. Un montón de niños, diferentes unos de otros, todos con alguna limitación. Pero una limitación que es trascendida en este centro. 

No sé si es por mi amor a Galicia y a su ambiente, a sus paisajes y a su gente, que desde el minuto uno que supe de este centro educativo, quedé enamorado. Eso sí, algo que me resultó inaguantablemente conmovedor fue la labor que allí se lleva a cabo. Se trata, de nuevo, de un lugar que nace de la necesidad de incluir a las personas que pueden ser excluidas, pero que, por iniciativas como estas, son incluidos en la escolaridad. Logran desarrollar sus capacidades. 

Pero no es cualquier escolarización, es una que se basa en la cooperación. Niños de diversas edades conviven en un mismo "aula", que no es un aula, sino un salón de la casa. Es su casa. Una casa donde aprender y ayudan a otros a aprender. Cooperan entre ellos, desde su discapacidad, a aprender aquello que pueden aprender, porque pueden. No están condenados a no aprender, sino que pueden hacerlo. 

Son aulas coloridas, donde el educador está deambulando de un lado a otro guiando, mientras los alumnos se guían entre ellos. Son comedores, cocinas, salones. Un lugar para desarrollar la creatividad, los dotes artísticos, la música, el teatro, así como habilidades de cocina y demás. 

Quisiera más escuelas así. Inclusivas y humanas. Amorosas. Y con ambientes cálidos y hogareños. 

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