O Pelouro
No sé si es por mi amor a Galicia y a su ambiente, a sus paisajes y a su gente, que desde el minuto uno que supe de este centro educativo, quedé enamorado. Eso sí, algo que me resultó inaguantablemente conmovedor fue la labor que allí se lleva a cabo. Se trata, de nuevo, de un lugar que nace de la necesidad de incluir a las personas que pueden ser excluidas, pero que, por iniciativas como estas, son incluidos en la escolaridad. Logran desarrollar sus capacidades.
Pero no es cualquier escolarización, es una que se basa en la cooperación. Niños de diversas edades conviven en un mismo "aula", que no es un aula, sino un salón de la casa. Es su casa. Una casa donde aprender y ayudan a otros a aprender. Cooperan entre ellos, desde su discapacidad, a aprender aquello que pueden aprender, porque pueden. No están condenados a no aprender, sino que pueden hacerlo.
Son aulas coloridas, donde el educador está deambulando de un lado a otro guiando, mientras los alumnos se guían entre ellos. Son comedores, cocinas, salones. Un lugar para desarrollar la creatividad, los dotes artísticos, la música, el teatro, así como habilidades de cocina y demás.
Quisiera más escuelas así. Inclusivas y humanas. Amorosas. Y con ambientes cálidos y hogareños.
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