En torno a la lectura en el contexto educativo actual



    Hace un tiempo, teníamos la figura del sabio. En el imaginario tenemos marcada la figura de un hombre con canas, con el andar lento, la voz tranquila y la mirada caída. Caída de tantos libros leídos. Eran personas que desafiaban el paradigma moderno de la sobre-especialización, pero que sabían con profundidad los temas de los que hablaban, muy variopintos todos. 

    No sé yo si hoy sea posible el surgimiento de algún sabio. Es una era de muchas convulsiones y de muchos estímulos que hacen difícil la tarea serena que necesita el cultivo de la sabiduría. Puede que exista algún sabio y no lo conozca, dentro de la infinidad de cosas que no conozco. Aun así, no quiero simplemente hacer un elogio nostálgico de tal figura. Quiero hablar de lo que era su materia prima: la lectura. 

    Y es que veo una contradicción fundamental en lo que llevo escuchando hace un tiempo en torno al tema de la educación: una preocupación por el hecho de que los jóvenes lean cada vez menos convive con una idea de que hay que hacer los contenidos de las asignaturas cada vez más digeribles. 

    Este afán de digeribilidad viene emparentado con la creciente preocupación por la comodidad del alumno y sus emociones. Claramente soy partidario de darle un lugar a las emociones en el aula, así como a la comodidad del estudiante. Es necesario crear personas con sensibilidades cada vez más trabajadas y cuidadas y no caer en la formación de corazones de piedra. Pero una cosa es una cosa y otra es otra cosa. Una cosa es querer formar seres humanos sintientes, empáticos, conocedores de sí mismos (como diría el oráculo de Delfos a Sócrates) y otra es querer desterrar lo incómodo de las aulas por incómodo. Porque, entonces, ya no caemos en el sano autoconocimiento, sino en el narcisismo: yo pienso, yo siento, yo digo, yo hago. ¿Y el tú, el otros, el otro? 

    ¿A qué voy con esto? El aprendizaje debe ser en ocasiones, necesariamente, incómodo. Por más que queramos lo contrario, el conocimiento se adquiere andando sendas pedregosas, caminos angostos, momentos de incertidumbre y de desconcierto. La aporía a la que hacían referencia los griegos nos habla de esto. Y la lectura es una de esas sendas pedregosas. 

    Leer implica esfuerzo. Implica un poco de incomodidad. Pero no debe verse la incomodidad como algo malo. Es algo positivo. Por lo menos en mi caso, de un tiempo para acá, la asocio con un momento apasionante. Me refiero a la lectura, por supuesto. Por un lado, se puede producir la incomodidad de un argumento que se presenta tan bellamente expuesto y que desafía todos mis esquemas mentales. Ahí se da un grado de incomodidad enorme y delicioso al tiempo. También puede producirse un grado de incomodidad cuando nos perdemos en la lectura por una distracción, algo completamente normal. Esto nos puede dar una breve visión de nuestros propios límites y los límites de nuestros pensamientos. Y, desde todas las culturas, todas las espiritualidades y religiones, sabemos que la felicidad o plenitud se alcanza asumiendo la propia fragilidad, combatiendo al ego, orgullo, soberbia o como se quiera llamar a la asunción de que se es completo. También está la incomodidad por aburrimiento. Claramente es aburrido muchas veces seguir un argumento en la lectura. Pero es que es la clave para la profundidad. En la carrera tenía un profesor que nos decía que estudiar filosofía es hacer una tregua con el aburrimiento. Creo que eso se aplica muchas veces a la lectura en general. Y es que debemos trascender de la idea de que la vida es un constante y permanente estado de éxtasis. Esta idea solo conlleva frustración. De hecho, del aburrimiento es de donde pueden surgir las gemas más preciosas de nuestra vida: el amor, por ejemplo, no está en el simple enamoramiento inicial, sino en la construcción día a día de una vida en pareja, llena de luces y sombras. Cualquier amor tiene como caldo de cultivo el aburrimiento, lo mismo el amor por el conocimiento, que debería guiar la educación. Me recuerda un poco al poema de Dulce María Loynaz: 


Amar la gracia delicada

del cisne azul y de la rosa rosa;

amar la luz del alba

y la de las estrellas que se abren

y la de las sonrisas que se alargan…

Amar la plenitud del árbol,

amar la música del agua

y la dulzura de la fruta

y la dulzura de las almas dulces….

Amar lo amable, no es amor:


Amar es ponerse de almohada

para el cansancio de cada día;

es ponerse de sol vivo

en el ansia de la semilla ciega

que perdió el rumbo de la luz,

aprisionada por su tierra,

vencida por su misma tierra…


Amor es desenredar marañas

de caminos en la tiniebla:

¡Amor es ser camino y ser escala!

Amor es este amar lo que nos duele,

lo que nos sangra bien adentro…


Es entrarse en la entrada de la noche

y adivinarle la estrella en germen…

¡La esperanza de la estrella!…


Amor es amar desde la raíz negra.

Amor es perdonar;

y lo que es más que perdonar,

es comprender…

Amor es apretarse a la cruz,

y clavarse a la cruz,

y morir y resucitar …


¡Amor es resucitar!



    Ahora bien, he visto con gran preocupación, en un fragmento de un informativo visto en clase, que una reconocida editorial presentaba los libros de texto de las asignaturas escolares vanagloriándose de haber reducido la cantidad de texto que en ellos se presentaba. Hablaban de la importancia de hacer la página amable, de poner un montón de diagramas, ilustraciones y demás, en detrimento del cuerpo del texto. ¿Cómo podemos decir que promovemos la lectura si, de entrada, la reducimos? Parece que hemos claudicado ante la idea de que leer no es necesario para aprender. Y vamos transitando hacia la dictadura de lo audiovisual. Me recuerda mucho a la novela Farenheit 451, en la que veíamos, en esa distopía, que los libros se habían reducido a lo que hoy conocemos como audiolibros de diez minutos tan solo, pero que luego, por ser aburridos, los habían reducido a cinco. Claro, ya podemos imaginar lo que sucederá: la quema de los libros. Obviamente hablo en sentido figurado para seguir con la temática de la novela, pero los vemos perdiendo cada vez más el protagonismo. Y es que la lectura ofrece algo que ningún medio audiovisual puede ofrecer: la profundidad. La profundidad de un argumento, de un personaje, de una situación, hecha solo lenguaje escrito, no cabe en ningún vídeo, en ningún audio, etc. 

    La emergencia ahora de Twitter nos da cuenta de esta situación. Nos encontramos ante un panorama en el que los argumentos no trascienden a los hilos de twitter que no llegan ni a una página pasados a papel. La profundidad es mínima y la interlocución mucho menor. Los insultos se suceden y la voluntad por entender al otro se reducen. Estamos en la época de la polarización. 

    En definitiva, mi posición frente a la lectura es positiva, pero pesimista. Algo estaremos haciendo mal si desde el principio la presentamos como un monstruo al que temer y no como una aliada necesaria en el proceso de aprendizaje. Flaco favor nos hacen esas editoriales que nos reducen el cuerpo escrito. Ojalá fomentar la lectura desde el primer momento, dando a entender al alumno que es normal el esfuerzo que implica, además de necesario.

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